Por Esteban Loaiza Rojas
Para nadie es un secreto que este año ha sido un año extraño. Un año en donde miles de cosas cambiaron. En donde muchos planes, metas, viajes, anhelos, han sido pospuestos debido a un pequeño virus, pero algo tan pequeño ha venido a cambiar la historia de la humanidad. ¿Y qué hacer cuando todo cambia?
Hablando con amigos y conocidos me cuentan de sus experiencias en todo este tiempo que han tenido que estar en casa. Que no han podido salir como antes, en donde las cosas que se realizaban cotidianamente cambiaron, y me di cuenta o descubrí en todos ellos un factor en común: que cada uno de ellos había descubierto algo nuevo, algo diferente que no conocían de sí mismos.
Y es ahí en donde me cuestioné muchas cosas las cuales quiero compartir contigo.
Ayer en la mañana me levanté como de costumbre, me alisté, tomé mi taza de café y salí tan en carrera como siempre ya que si no lo hago me deja el autobús. Pero esa mañana, ese día comenzó diferente. Rumbo a la parada observé a un hombre en la calle, acostado en la acera entre unos trozos de cartón encima de él. Sé que esta escena se repite en muchos lugares, hay muchas personas viviendo en esta condición, pero al verlo recordé que se me había olvidado agradecer a Dios porque tuve una cama en donde poder dormir, una sábana caliente que evitó sintiera frio.
Llegó mi autobús y a mi lado se sentó un joven no vidente, por cierto, muy amable. Y de repente miro que saca su celular y de una manera muy particular observo como lo manipula y no pude evitar preguntarle como hacía. Sé que pudo parecer muy imprudente de mi parte, pero me pareció super carga su habilidad. Y con una sonrisa me dijo veo un poco no te digo que del todo no y desde pequeño decidí aprender a valerme por si solo y gracias a Dios Él ha cuidado de mí.
En ese momento, no le voy a mentir, se me hizo un nudo en la garganta y se me aguaron los ojos. Pero no por el porqué conocí a un joven extraordinariamente capaz de hacer lo que quería, si no, porque muchas veces teniendo mis ojos sanos reniego de muchas cosas hermosas que Dios me da; que muchos no tienen la capacidad de ver con sus ojos, pero sí estoy seguro de que lo hacen con el corazón.
Y aún no había llegado al trabajo.
Me bajé del autobús y me dispuse a caminar como de costumbre a mi trabajo. Iba pensativo, venía de recibir así, literal una cachetada a mi ego, a mi parecer era así un golpe a mi orgullo, pero el día apenas estaba por comenzar.
De donde me deja el autobús a mi trabajo tengo que caminar casi ochocientos metros y justo en el camino me toca pasar por un hospital. Pasando por ahí muchas veces me toca pasar por el área de emergencias y veo como personas están haciendo fila, muchos esperando por un familiar. Venía a mi mente la pregunta ¿cuántas veces he agradecido por mi salud, por estar vivo?
Esa mañana fue como si mi mente recibiera una ametralladora de preguntas de cuestionamientos, y no cuestionamientos malos sino preguntas que creo muchas veces olvidamos hacernos.
Seguía pasando el día y todo transcurría normal a mi parecer, pero como le mencionaba antes, el día aún no había terminado.
Al salir del trabajo por lo general siempre tomo el tren y casi siempre me toca esperar una media hora ya que el que debería de tomar siempre me deja. Llegando a la estación me topo así de frente un grupo de muchachas, una de ellas encendiendo unas velas frente a muchas fotos de muchachas pegadas en un monumento nacional. Dentro de las fotos logro deslumbrar en la mayoría jóvenes, miro a dos señoras ya de edad y una foto de muchos años que me recordó esas épocas de los sesenta, setenta. Miro a otra chica con un violín y otras ayudando como en lo que parecía iba a ser un altar.
Quedé frente a ese monumento y pregunté a una de ellas quienes eran las de las fotografías, con voz suave y amable me dijo son las chicas que han muerto en este país a causa de un femicidio. En ese momento no supe que decir y solo vino a mi mente mi novia, mi hermana, mis primas, mi madre. Cuan bueno ha sido Dios con nosotros y nunca he dado gracias por ellas.
Rumbo a casa y ya a punto de terminar el día, tome conciencia de todo lo que pase. Y me detuve a dar gracias a Dios por tantas cosas bellas que me da y sin darme cuenta nos las valoro.
¿Será que esta pandemia tiene un propósito? ¿O Dios la permitió para que aprendamos a valorar un poco todo lo que Él nos da?
No sé si fue producto de un ser humano, de un mercado local en China, o simplemente algo que se liberó, pero está aquí con nosotros, es algo que no podemos evitar de momento solo podemos cuidarnos y cuidar a los demás.
Te he contado un poco de mi historia y de cómo eventos pequeños han marcado mi vida en este año. En como una pandemia ha provocado que comparta más con mi familia, el poder valorar el trabajo, la salud, el entender que muchas veces lo material de nada sirve si no puedes disfrutarlo, si no puedes compartirlo con los demás.
El saber que hay gente en la calle que necesita de un abrazo, de un trozo de pan, de un poco de aliento y que hay mucho por hacer.
Me gustaría preguntarte ¿Qué has aprendido en este año? Tal vez me puedes decir perdí mi empleo, muchas cosas han cambiado y claro que lo entiendo, pero estás vivo, estas aquí, y como dice el dicho “mientras haya vida, hay esperanza”. No te desanimes un año jamás podrá determinar tu futuro.
Dios nos habla de muchas maneras y muchas veces de las que menos imaginamos, pero Él nos ama y si estás aquí es porque Él ha cuidado de ti y de los tuyos.
En esta navidad más que pensar en las cosas materiales, en las carreras de las fechas, hagamos un alto y demos gracias por que hasta el día de hoy Dios ha cuidado de nosotros y en los pequeños momentos del día nos habla y nos muestra su amor cada mañana…
Te deseo una feliz navidad y un próspero año nuevo, que Dios cuide de ti y de los tuyos, y que cada día aun sin palabras hable a tu vida.
Sobre el autor: Esteban Loaiza Rojas es estudiante de la carrera de Dirección y Administración de Empresas del CUC.
Escribir un comentario
Comentarios