Por Jonathan Barquero Solano
"Feliz cumpleaños, que Dios te bendiga y que cumplas muchos más", fue lo que me dijo mi hermana la mañana del lunes 7 de mayo pasado, fue lo último que me deseó mi hermana en esta vida. ¿Qué iba a saber yo que eso era lo último?, qué iba a saber yo, que lo último que le dijera a mi hermana en esta vida fue: “Gracias mi hermana, este fin de semana voy a la casa para que celebremos con Yanci”, (mi otra hermana que cumpliría años el 12 de mayo).
Yo había esperado con ansias necias la llegada del mes de mayo, mi mes preferido por obvias razones, el mes en que cumpliría 25 años, como era una cantidad de años digna de celebrar, había estado planeando una celebración de cumpleaños durante todo el mes, en el cual todos los fines de semana me iba a reunir con diferentes grupos de amigos y familiares que me habían acompañado en las diferentes etapas de ese cuarto de siglo.
¿Le ha pasado que cuesta concretar reuniones con amigos?, típico, uno hace un grupo de Whatsapp, hace la invitación y poco a poco aparecen excusas y al final dos o tres son los únicos que confirman que si estarán presentes. ¿por qué será que pasa eso?, pues la verdad no tengo la razón exacta, pero al ver que iba a pasar lo de siempre, algo en mi corazón empezaba a presentir algo. Empecé a decir en los grupos de Whatsapp: “Maes, hagan el esfuerzo, la vida es corta, uno nunca sabe cuándo será la última vez que nos veamos”, era algo auténtico, mi corazón tenía claro que la muerte es algo que nos toca a todos en cualquier momento, mi corazón me decía que la vida hay que celebrarla, mi corazón sabía que la muerte me estaba rondando muy de cerca.
El 6 de mayo, tuve la primera celebración de cumpleaños con los amigos más cercanos, fue una linda celebración donde vacilamos, cantamos y reímos, cuando llegó la hora de soplar las velas, pedí más personas como ellas en mi vida, además de aprender a fluir con la vida, pedí creer en que Dios es bueno y a confiar más en Él, aún en la adversidad, pedí que mi vida dejara de ser tan planeada y empezara a ser más espontánea.
Nunca pensé que mi deseo se iba a cumplir tan rápido, pues tan solo dos días después de pedirlo, mi hermano mayor me estaba llamando para darme la trágica noticia de que mi hermana había sido hallada sin vida en el baño. Lo que yo había pedido al soplar las velas había llegado en forma de llamada, y aún al oír la voz quebrada y sollozante de mi hermano sentí una fuerza inexplicable que me hizo decir “Diay mi hermano, vamos para adelante, Dios es bueno… aunque usted no lo crea, yo estoy preparado para esto”, mi hermano sintió esa fuerza y pudo controlarse, llegar donde mis papás y ser un gran ejemplo de hermano mayor.
Cuando recibí la noticia yo estaba muy lejos de la casa de mis papás, donde vivía mi hermana, pero en mí había tranquilidad y acepté que Dios es bueno, que todo pasa porque Él lo permite, y como Él es bueno, nada de lo que nos pase es malo.
Decidí encaminarme hacia Cartago, desde Heredia. Todo fue un ir y venir de recuerdos… recuerdos que me hacían encontrar paz y en cierta parte felicidad, aunque tengo que aceptar que mientras iba en bus, salían de mí lágrimas, la justificación de esas lágrimas eran de alivio y confort, ya que aún con mis limitaciones, Dios me dio el entendimiento para apoyarla siempre.
En el momento más difícil que ella pasó en esta vida, yo estuve presente y lo hice por amor a ella y la criatura que llevaba en el vientre en ese momento.
Al morir, nos dejó lo más valioso que podía: su hija, mi sobrina a la que he amado con todo mi corazón desde la primera vez que puse mi mano en el vientre donde se desarrollaba.
Todo el camino rumbo a Cartago, fue para mí como un retroceder en el tiempo y entre llamadas y mensajes de amigos y familiares que querían saber cómo me encontraba iba sintiendo más y más fuerza, sólo Dios sabía lo que la iba a necesitar para reconfortar a mis padres que estaban desgarrados por dentro, pero luchando por respirar en un momento en el que parecía que el mundo se les había venido encima, por otro lado, se encontraba mi sobrina de cuatro años quien aún no sabía nada.
La bondad de Dios fue tan grande que mi sobrina parecía estar siendo confortada por los ángeles y asimiló la noticia con gran aceptación. Por algo se dice que los adultos tenemos que ser como niños.
Duré todo un mes planeando mi celebración de cumpleaños y muchos de mis amigos no podían asistir, pero fue muy grato para mí saber que ellos quizá no iban a asistir a una actividad de gran felicidad para mí, pero sí estuvieron presentes en un momento tan difícil como la vela de mi hermana.
El 11 de mayo fue su funeral y yo tuve la dicha de decir unas palabras durante su misa, dentro de esas palabras que escribí con el corazón pude darme cuenta de lo afortunado que fui porque Dios permitió que ella hubiese celebrado mi cumpleaños y que su último deseo fuera: “Feliz cumpleaños, que Dios te bendiga y que cumplas muchos más…” y que la última palabra que le dije en esta vida fuera: “Gracias”.
En ese mismo discurso en su misa, quise aprovechar que la presencia física de mi hermana aún nos acompañaba y decidí pedirles a los presentes que nos ayudaran a cantarle cumpleaños a mi otra hermana, quien al día siguiente cumpliría 29 años. Fue un hermoso regalo para todos, saber que la muerte puede ser celebrada, y que no es impedimento para seguir celebrando la vida.
Mi familia ya no es la misma, no sólo porque físicamente falte una integrante, sino también porque tuvo que suceder la muerte, para por fin comprender la gran cantidad de amor que nos tenemos unos a otros y aún más importante, aprendimos a expresarlo, sabiendo que en cualquier momento nos toca partir.
Dios es bueno siempre, no solo en las buenas, sino también en “las malas”. Mi hermano y yo luchamos incansablemente por mi hermana, le dimos una segunda oportunidad de vida sin saber lo que el destino tenía preparado para nosotros. Hoy luego de 10 años de matrimonio sin poder tener hijos, mi hermano y su esposa que son los padrinos de mi sobrina, llevan un mes de haberse convertido en sus padres, y estoy seguro de que ella es feliz desde el cielo al ver que su misión en esta vida de darle una hija a mi hermano fue cumplida.
Ella para mí fue una gran maestra, y sus lecciones no las dio con palabras, las dio con hechos, sin que ni ella ni yo nos diéramos cuenta. Hoy que no está físicamente le agradezco a Dios el hecho de habérmela dado como hermana y darme tantísimas experiencias a su lado.
Si usted tiene la dicha de tener con vida a todos sus familiares no dude en brindar y expresar su amor hacia ellos, no deje que los superficiales problemas que nos agobian en este mundo separen la unión que Dios quiso para uno en esta vida. Ame, ría y viva que sólo Dios sabe cómo y cuándo nos hará su llamado para que volvamos al hogar que con puro amor nos ha preparado.
Sobre el autor: Jonathan Barquero Solano es egresado de la carrera de Dirección y Administración de Empresas y Comunicador.
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